En nuestro camino cuaresmal hemos recogido muchas lágrimas. Con Papa Francisco nos hemos sentido parte de esta humanidad asustada y cansada, sacudida por el mar agitado.
Jesús, en su pasión y muerte, ha sido la imagen de todas las tragedias de estos días. Jesús con su resurrección es la imagen de nuestro deseo de renacimiento.
En la certeza que Dios Vivo acompaña nuestra existencia pobre y fragil.
En el testimonio de quienes en estos momentos nos han enseñado cómo donar la propia vida por el bien de todos: médicos, enfermeros, fuerzas del orden, voluntarios…